Es una chica en llamas. Su moto casi se incendió durante la sexta etapa, antes de llegar a Salta (Argentina) dadas las altas temperaturas, pero salió del paso. Eso sí, su espíritu sigue abrasado por el fuego que la posee cada vez que se sube a una moto.
Ahora está en pleno descanso en el vivac (campamento), sentada, con los pies puestos sobre otra silla, con la mirada fija en el horizonte, el cabello recogido en una cola con algo de barro seco aferrado a sus puntas. El barro no es de una terapia de spa y embellecimiento, es más bien parte implícita del rally más duro en el mundo: el Dakar.
Laia Sanz está corriendo por cuarto año consecutivo a la par de los varones (la entrevista se hizo antes de la final) en una competencia considerada netamente masculina.
Si la apodan la reina del desierto no es solo por lo guapa que es, si no por la habilidad y fortaleza que demuestra en este mundo de los motores.
Sus detractores dicen que le vendría bien estar con un kilito menos y recibir toneladas de feminidad o que es una creída. Lo cierto es que Laia es una luchadora entre hombres: obtuvo el mejor resultado de una mujer en la categoría de motos en más de tres décadas cuando quedó séptima en la novena etapa y terminó en la 16ª posición absoluta de motos en el Dakar.
Está descansando, acaba de bajarse de la moto, se quitó el traje y quedó de calza y top, con la pañoleta en la cabeza que anuncia su equipo KH-7. Al subir las piernas en la silla sale a relucir uno de sus trofeos de guerra, al pie derecho le falta la mitad del dedo gordo, en su lugar hay una gran cicatriz.
Casi perdí el dedo en una competencia en Italia cuando tropecé con una piedra, pero logré terminar la carrera, se apresura a explicar. Al instante Virginia Gómez, una de sus asistentes, echa por tierra su modestia y agrega que Laia en realidad ganó esa competencia, era el mundial de enduro hace año y medio atrás.
Ella solo sonríe e instintivamente agarra los pendientes de una pita negra que lleva colgada a modo de collar. Se trata de la medalla de San Antonio y de la virgen de la medalla milagrosa.
La medalla de San Antonio me la regaló mi abuela en mi primer Dakar. De pequeña me atropellaron en mi calle en Sant Jordi, justo era el día de San Antonio y no me pasó nada. Desde entonces mi abuela dice que el santo me protegió y por eso llevo conmigo la medalla.
Es imposible no reparar en los rasgos finos de su rostro que contrastan con las arrugas que surcan su frente y el entorno de los ojos. Parece que el sol ha estado arremetiendo duro contra la piloto.
Eulalia Sanz (28) es catalana, mide 1,80 m y sus días no son planos ni carentes de emoción. En su haber tiene 13 títulos mundiales de trial y dos de enduro. Cuando nació el médico le dijo a su padre, Jesús Sanz, que su niña tenía unos pulmones potentes y vaticinó lo que sería de grande: Ha tenido usted una campeona.
Años más tarde en la consulta del pediatra este le preguntó en qué se quería convertir de grande y ella respondió con total convicción que sería Indiana Jones. Sin duda esta española puede ser cualquier cosa menos una mujer corriente.
El fuego que la abrasa la empujó a participar del rally más famoso del mundo y a convertirse en campeona del Dakar en la categoría femenina en motos en 2011, 2012 y 2013.
Después de eso declaró a la prensa: Mi objetivo ya no es solo ganar el Dakar femenino. Ahora quiero luchar con los hombres por estar entre los 25-30 primeros, y lo consiguió corriendo en la categoría más peligrosa de la competencia, por ser la moto un vehículo que deja desprotegido al conductor.
Laia cruzó desiertos, levantó polvo y remontó entre el barro arriba de una moto Honda CRF450.
Y no es poca cosa, 23 participantes han encontrado la muerte desde los inicios del Dakar en 1979. En 1986, falleció el mismísimo fundador de la prueba, Thierry Sabine.
Este año, llegando al campamento en Salta, Laia se enteró del fallecimiento del piloto de motos Eric Palante, una noticia que le cayó como un balde de agua fría: Me sabe muy mal por él y por su familia. También es un duro golpe para todos los que estamos en la carrera, porque cada vez que sucede una tragedia como esta te da mucho que pensar. Este deporte desgraciadamente tiene estas terribles consecuencias algunas veces.
El Dakar Argentina-Bolivia-Chile tuvo 9.000 kilómetros totales, fue el más extenso desde que el rally comenzó a correrse en Sudamérica en 2009.
La carrera tuvo un total de 720 participantes entre pilotos, navegantes y mecánicos, mientras que 3.000 personas fueron albergadas en los campamentos por día. Todo un gigante que Laia se propuso dominar para después volver a su vida normal.
Virginia, su asistente, va de un lado para el otro revisando cómo llegó la moto y buscando ropa limpia para la piloto, pero cada que puede se detiene a escuchar las declaraciones de la catalana y, cuando tuvo la oportunidad de hablar, afirmó sin rodeos que para ella Laia es mejor piloto que los hombres porque es más inteligente. Por ejemplo, hoy (sexta etapa) ha salido penalizada por una hora igual que otros muchos pilotos y, en vez de intentar recuperar tiempo e ir rápido con el riesgo de caerse, ha ido despacio. Tiene más inteligencia y sabe que es muy largo y se la gestiona muy bien la carrera.
También asegura que es muy simpática, a pesar de que muchos dicen que Laia es creída. Es muy fácil de trato, muy agradable, es muy cercana. Podría haberse creído por todo lo que ha logrado y no lo ha hecho, siempre tiene buenas palabras para todo el mundo, atiende a todos, ¡es un diez! Cuando está en carrera puede parecer un poco antipática, la gente dice que no saluda, pero es porque está concentrada.